Los calzoncillos de Vargas Llosa y los héroes de Fukushima

Agnes Varda es una prestigiosa realizadora cinematográfica francesa. En una entrevista que le hicieron hace un tiempo, cuando las preguntas derivaron hacia su (supuesto) feminismo, hizo un curioso planteo (cito de memoria): “Que levante la mano el hombre que pueda afirmar que nunca una mujer le lavó su ropa interior y sus medias”.
A raíz del actual, y no saldado, debate sobre el flamante y flameante Premio Nóbel en la rama literaria, en el cual profundos pensadores, tanto panegiristas como detractores de Vargas, expusieron potentes argumentos, me saltó a la memoria este sencillo desafío de la Señora Varda.
Me imaginé al joven y ya exitoso escritor peruano Mario Vargas Llosa, de la época en la que todavía sonreía, armando con arte y oficio sus textos tan apreciados, con su mente totalmente liberada de la carga de la cotidianeidad, mientras una silenciosa y humilde Doña María peruana se ocupaba de prepararle calzoncillos limpios.
Sin embargo, no creo que en los usuales agradecimientos al comienzo de cada libro, el escritor la incluyera entre quienes colaboraron con él.
Pasaron muchos años, los peruanos no lo quisieron como presidente, y quizás él tampoco quiso mas a los peruanos. Y mientras él se calzaba el Premio Nóbel, lejos de allí (aunque nuestro planeta es cada vez mas chico), otros laburantes como Doña Maria, llámense ingenieros, técnicos, peones, es decir los que saben como hacer las cosas, estaban jugándose la vida para lavar los trapos sucios de la corporación dueña de los reactores nucleares berretas en Fukushima.
Por ahora, los vociferantes medios ya les aplicaron la medallita de cartón de “Héroe de Fukushima”. Y así es: cada vez que hay que sacar las papas del fuego (o el plutonio del reactor), allí van los asalariados (millones de asalariados en todo el mundo) simplemente a hacer lo que es necesario hacer para que todo funcione mas o menos bien, mientras los CEOs de las corporaciones se esmeran en aumentar las utilidades y sus propios ingresos.
¿Y Vargas Llosa? Aprendió a disfrutar de la compañía de los CEOs, y cuando a todos esos laburantes, peruanos o japoneses, el sistema les permite votar, y se deciden por alguien que no le cae bien al Marqués, él frunce la boca en un gesto de supremo desdén, y desde su pedestal dictamina “urbi et orbi”: ¡Populismo!


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